domingo, 7 de abril de 2013

La luna ilumina la calle con su luz azulada en aquellos tramos donde el alumbrado público no llega. Luz pura y bendita, testigo del viento, cómplice de ensueños. Espera impasible que yo pase para mostrarme su esplendor, para recordarme su grandeza y mi irrelevancia. Bajo su amparo hay un mar irreal de ilusiones y desengaños; me parece que floto sobre él, y me conduce hacia aquellos rincones ignorados por todos pero bien conocidos por mí.

Ésta luna me regala su luz fría porque sí, porque quiere. Gran negocio es éste, el de recibir tal presente, para quien solo tiene para ofrecer un par de puñados de nada. A medida que la luna se va escondiendo y, con ella, el goce de su brillo pálido, las sombras se van apoderando del paisaje y se meten en mi cabeza de a poquito. Se me nubla el pensamiento, no puedo articular palabra. Automáticamente, corre la desazón y la amargura. Ya se irá, supongo. Es que la sombra es obstrucción de la luz; pero dentro mío, la sombra absorbe ciertas partecitas más o menos importantes, y me van matando de a poco. A esta altura, ya me siento un poco muerto, y cada día un poquito más... ¿Cuál será el problema? ¿Serán las sombras? ¿Será la luz? ¿Será que de verdad sucede lo que yo pienso?


Les dejo un tema mío...


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