viernes, 5 de abril de 2013

Es dura la noche cuando se presenta infame sobre el cuerpo cansado. Es duro el frío, la espera, la paranoia, el spleen, todo. Siento el abrazo helado de las estrellas y el suelo duro de la calle absorbiéndome. Siento la lengua del viento en mi cara, que me besa lento pero agresivo, mientras los árboles miran el desquiciado romance entre dos inertes que dan la cara ante la multitud silenciosa de bichos, polvo y perros. Las luces de la calle, en su disposición, hacen mi sombra un tanto más brillante que mi mente sombría, fría y oscura... ¡Pero si parece que la naturaleza me imita!

En ésta mímesis perversa, la luz del ómnibus puede llegar a ser una esperanza. Confortablemente sentado en un asiento que se reclina sin que uno quiera, reflexiono un poco y me pregunto cómo harán algunas heridas para cicatrizar tan rápido, y cómo hacen otras para hacerlo tan lento. Si al fin y al cabo —solo podemos pensar en nuestra inmanencia—, lo de fuera y lo de dentro son la misma cosa. Hacia donde caiga la piedra saltaremos en ésta rayuela.

¿En qué me habré convertido? ¿Qué habrá pasado conmigo? Me gustaría encontrarme para poder responder esa pregunta. ¿Qué carajo será de mi vida? ¿En qué andaré? Cuando ya no se está seguro acerca de quién es uno mismo, la vida se va entre carros alegóricos y pasa a formar parte del desfile que vemos desde las gradas, y no nos damos cuenta de que ese rumbo sin destino, por definición, no conduce a nada. Yo estoy igual, un carro sin quien lo maneje, con el acelerador trancado y el freno roto.

Qué otoño complicado el que se me viene. Ya se están cayendo las primeras hojas, y no hay un colchón o algo para juntarlas y que no me estorben en el camino. Quizá pueda barrerlas. Quizá las deje. Solo quizá, tal vez... Es mentira que el camino largo y sinuoso siempre es el mejor, si está lleno de hojas es aún peor que el corto, sino preguntémosle a Caperucita, a ver si podía imaginar lo que le deparaba el camino corto y si lo cambiaría. Si Caperucita cambiaba de rumbo, no teníamos cuento; si yo no voy por las hojas, no existo; no siento, o me cuesta sentir; no existo, pues lo real ya no es parte ni siquiera de mi imaginación. 

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