viernes, 26 de abril de 2013


Hoy paso el tiempo sin más
Nada me atrapa, solo tus pies sin andar
¿Estás segura de que no me querés ver
cuando tus ojos cerrados estén?

Tu voz y el viento, tu mar y mi sed
Tu pelo etéreo, y mi dura piel
Cuando te veo no puedo dejar de pensar
en esta soledad.

¿Qué vas a ser, mi amor,
cuando te abrace el sol?
Cuando mis horas vacías de vos
se llenen de nada, se llenen de adiós

Y me pregunto dónde estarás,
si en algún lado te voy a encontrar...
En aquel techo, en algún bar
en un suspiro te voy a buscar.

sábado, 20 de abril de 2013

Fluye, líquido metálico. Fluye por los caños oxidados, por los oscuros túneles rojos, llenos de costra y musgo. Barre toda impureza, arrasa con todo, incluso conmigo. Sobre todo conmigo. ¿Qué te queda sino correr como un río carmesí, cuidando cada calle, cada crimen? Todo te queda, es a mí a quien no le queda otra opción que verte brotar. Hace ruido tu cauce, se me trancan los ojos y no huelo sino humo y el olor a cromo y platino. Comienza el baile.

Se abre una puerta improvisada para que salga quien tiene que salir. Se amontonan en esa salida, se van muriendo y la puerta se cierra sola. Es cíclico y previsible, es inalterable.


viernes, 19 de abril de 2013

Enredado en la madeja de pensamientos que te involucran, no puedo dejar de emborracharme de colores, no puedo dejar de drogarme con las esperanzas, con las miradas, con los reflejos de tus ojos. Buscándote en el mar de anocheceres, me pierdo entre la bruma húmeda y espesa que te oculta en su interior. Vuelan entre el vapor tus palabras saladas, que acarician mis heridas, ardiéndolas, doliéndolas, matándolas. En la gris espesura se distinguen formas, no puedo saber de qué, pero se acercan y me rodean. Se burlan de mí en mi cara, y yo ni siquiera puedo distinguirlas.

Cierro los ojos. Puedo evitarlo así, al menos por un rato, pero no puedo evadir tu indiferencia fría, filosa sobre mi piel, rasgando la carne de cada recuerdo. De a poco me voy durmiendo, sin darme cuenta, y dejo de distinguir sueño de realidad.

Entonces, la tormenta.

No paran de dar vueltas por mi cabeza las millones de formas distintas en las que se pueden dar las cosas. No dejo de imaginarme lo que te voy a decir cuando te veo. No puedo dejar de pensar en que no sé cómo mirarte a la cara. No puedo sacarme tu indiferencia de la cabeza, que navega y navega por estas aguas muertas, atormentándome cada día más y dejando marcas profundas en mí. Empieza a lloverme la cabeza, me graniza el pecho y afuera, el sol calentándonos, no sirviendo de nada. Story of my life.



Onírica - Smiles


viernes, 12 de abril de 2013

Éste tema es viejo, subí una nueva versión ahora, para aprovechar el momento "creativo" y dar paso a la creación de mi nuevo proyecto... Smiles. 


Quisiera verte una vez más,
saber que ya no te siento.
Saber que ya no estás,
que con vos ya no me tiento.

Quisiera saber si vos
pensás en mí alguna vez,
y si seguís siendo
lo que vos supiste ser.

Montañas de vida hay que escalar
Nubes de llanto superar.

Y saber que alguna vez... ¡despertarás!
Como flor en primavera, sé que estarás...
A mi lado...


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En algún momento yo dije que el otoño iba a ser complicado. Duelen las mañanas en el centro, recostado sobre una pared, observando el espectáculo a través de los lentes de sol. La lluvia de hojas amarillas le dan el tono sepia a una película triste, de espera, aburrimiento e inacción. Traen como una sensación de decadencia, pero no es ni eso; es el derrumbe de los muros y el ataque a la fortaleza, no hay tiempo para lo decadente porque todo es fugaz. No es el sabor amargo, es el gusto a nada; no es la tristeza, es la apatía.

Mientras esas hojitas caen y me pintan la cara de un vívido color transparente, siento que algo no está bien. Aparecen de nuevo los besos del viento, el agujero en el pecho y los cuchillos afilados por la espalda. Todas imágenes repetidas. El frío se convierte repentinamente en calor al recibir de lleno en la cara tu indiferencia y tu negación. Es tan difícil sentir que no puedo entrar, cómo soy la cigarra que se muere de frío golpeando tu puerta ante tu mirada fría, como la helada que cubre mi cuerpo.

Se queda mi cadáver oficiando de felpudo, frente a la entrada de tu corazón. Solo sirve para limpiarse los pies o para que lo rasquen los perros antes de acostarse sobre él. Me embarga la emoción de saber que no voy a sentir más nada, ni siquiera tus pies sobre mi espalda. Me voy cubriendo de hojas, ramitas, bichos, hongos, podredumbre. Me voy consumiendo y de a poquito... ¡No existo más! Solo queda de mí la brillante osamenta vacía, que gradualmente se va a ir ensuciando y deteriorando, o haciéndose polvo cuando le pasen por arriba. ¡Libertad!

Pero esos restos significan algo, esos huesos son tuyos. Son intransferibles, y nunca los vas a poder olvidar. Voy a atormentarte para siempre. Voy a sobrevolar tu cabeza todos los días para recordarte todo ésto, aunque ya no esté, mi recuerdo va a aparecerse todas las noches en tu cama, cuando te dispongas a dormir, y te va a besar como si fuera la última vez. 

jueves, 11 de abril de 2013

Llueve y no tengo paraguas. Las calles húmedas de Montevideo hacen que me resbale torpemente, mientras choco con otros transeúntes. Guarecido bajo un techo, veo las gotas caer desde la cornisa lentamente, las puedo contar. La lluvia en mi cabeza es peor.

El paisaje gris es el perfecto marco para un café por la mitad, un tabaco y algún disco de Jazz o Bossanova. ¿Por qué no, también, un whisky? Me encantaría sentarme en el sillón y fumar con Charlie Parker de fondo, pero en cambio estoy en una silla dura, sudando por el calor y la humedad, escuchando a un par de tipos que dicen cosas que no me interesan.

En ésta melancolía busco refugiarme detrás de un papel, gastando tinta ajena en nada. Cuando salga de acá me espera un largo viaje en ómnibus, que seguro voy a aprovechar para dormir, o para escuchar unos tangos de regreso a casa.

Desde acá adentro —un subsuelo mugriento— se puede escuchar el sonido de las gotas golpeando el suelo. Cada una de ellas me hace acordar a tus palabras, golpeando mi cabeza y haciéndome ruidos, taladrándome de a poco, desquiciándome, enloqueciéndome. Esas gotas son mis lágrimas, aquellas que me arrancaste violentamente, vulnerándome y dañándome como en un juego cruel donde tus traumas, tus manías y tus temores hacían catarsis en mí, aprovechándose de mi niñez, mi inocencia.

Todos estos golpes fueron los que me forzaron a ser quien soy. Ellos me dejaron estas marcas en la piel. Hoy ya no duelen tanto, solo me recuerdan (de vez en cuando) que seguís ahí, que esas marcas son sangre de tu sangre y, por lo tanto, estás en mí... y yo sé que estoy en vos de alguna manera. Y a pesar de todo, estas marcas rojas, estos tajos, estas pinturas de sangre le dan color al gris de mi piel.



martes, 9 de abril de 2013

Ésta canción se llama "No tiene nombre".





¿A dónde vamos cuando nada es especial
y nada nos deja dormir?
¿Qué hacemos cuando no podemos escapar
y no vemos al sol salir?

¿Y qué más podemos esperar?
Cuando se nos viene Abril
Con sus hojas, su frío, su mar, sus palabras sin hablar
Cuando sabemos que nos va a mentir...

Y esto es así,
No pienses que no sé lo que viene
Y esto es así,
nunca voy a saber qué tiene tu voz...

Llega la noche y ya te empecé a extrañar
No sé por qué no estás acá
Y cuando se para el reloj ya no hay nada más que hablar
Es muy difícil saber por dónde agarrar

¿Y a dónde vamos cuando nada es especial
y nada nos deja dormir?
¿Qué hacemos cuando no podemos escapar
y no vemos al sol salir?

Y esto es así,
No pienses que no sé lo que viene
Y esto es así,
nunca voy a saber qué tiene tu voz...
Me obligo a pensar, aunque me distraen las luces de la pantalla. La desmotivación es evidente y dura. A veces siento que me quedo sin palabras para describirla; a veces, ni siento. Hay un abismo que crece y crece entre mis pensamientos y la realidad, entre mi cuerpo y mi centro de emociones, entre vos y yo, entre mis pies y el paso siguiente. Y en ese abismo yo toco fondo, siento el vértigo de la caída y siento el golpe contra la nada. También siento lo difícil que se va haciendo tomar impulso para salir. A veces, ni siento.

Lo hondo tiene su encanto, los jardines de flores marchitas, las lápidas, lo perdido, las añoranzas enterradas pero latentes... y también estás vos —o tu fantasma—, dando vueltas alrededor mío y recordándome que la sangre en la cara, seca o fresca, sale de alguna herida anterior. Cuánta borra de café hay también acumulada en el aljibe, cuántos puchos en el fondo (y muchos llevan tu nombre, fumás conmigo a solas, escondida y borrosa, como si te viera sin lentes, como si estuvieras lejos... pero estás al lado, te puedo tocar).

El panorama es tan pintoresco que, a veces, no tengo ganas de salir. Hay algo que me enamora de todo ésto, quizá sean los recuerdos, o el aire limpio del pasado... o el miedo a caer de vuelta. O capaz que sos vos, tus ojeras, tus pecas, tu aroma, tus cuchillos en mi espalda, tu destrato, tus besos. A unos metros en el abismo, está el cementerio, lugar que siempre recuerdo, paradójicamente, como un lugar lleno de vida y amor. Vos sabés a qué me refiero.

Pero una fuerza me empuja para salir del pozo, hay algo que me tira una cuerda y me obliga a subir de vuelta, a pesar de que el fondo se aleja y sé que voy a caer otra vez. Éste soy yo, alguien que se obliga a vivir, a caer y subir, caer y subir como en un círculo vicioso, una calesita macabra de la vida, cuyo chirrido espeluznante es para mí una pieza de Bach. Una constancia inerte, quizá el eterno retorno. Tal vez el ciclo de la lluvia, tal vez mi vida o la tuya. O capaz un reflejo adolescente de alguien que, llegando a los 22, se siente como un idiota (y encima de 15 años).

En una mano, tenés una escopeta. En la otra, tu reloj. Yo, espero que me dispares, o espero que me esperes.

lunes, 8 de abril de 2013

Si podemos vencer el miedo a querernos de verdad, superar el dolor que provoca el no poder hacerlo, zafar de los prejuicios y no darle bola a las convenciones, seríamos todos más felices. Ellos son nuestros carceleros y hay que liberarnos. Es evidente que no es simple, no es fácil y no todos quieren hacerlo. Pero es el único camino. Hay que emanciparse de todo esto.

domingo, 7 de abril de 2013

La luna ilumina la calle con su luz azulada en aquellos tramos donde el alumbrado público no llega. Luz pura y bendita, testigo del viento, cómplice de ensueños. Espera impasible que yo pase para mostrarme su esplendor, para recordarme su grandeza y mi irrelevancia. Bajo su amparo hay un mar irreal de ilusiones y desengaños; me parece que floto sobre él, y me conduce hacia aquellos rincones ignorados por todos pero bien conocidos por mí.

Ésta luna me regala su luz fría porque sí, porque quiere. Gran negocio es éste, el de recibir tal presente, para quien solo tiene para ofrecer un par de puñados de nada. A medida que la luna se va escondiendo y, con ella, el goce de su brillo pálido, las sombras se van apoderando del paisaje y se meten en mi cabeza de a poquito. Se me nubla el pensamiento, no puedo articular palabra. Automáticamente, corre la desazón y la amargura. Ya se irá, supongo. Es que la sombra es obstrucción de la luz; pero dentro mío, la sombra absorbe ciertas partecitas más o menos importantes, y me van matando de a poco. A esta altura, ya me siento un poco muerto, y cada día un poquito más... ¿Cuál será el problema? ¿Serán las sombras? ¿Será la luz? ¿Será que de verdad sucede lo que yo pienso?


Les dejo un tema mío...


viernes, 5 de abril de 2013

Es dura la noche cuando se presenta infame sobre el cuerpo cansado. Es duro el frío, la espera, la paranoia, el spleen, todo. Siento el abrazo helado de las estrellas y el suelo duro de la calle absorbiéndome. Siento la lengua del viento en mi cara, que me besa lento pero agresivo, mientras los árboles miran el desquiciado romance entre dos inertes que dan la cara ante la multitud silenciosa de bichos, polvo y perros. Las luces de la calle, en su disposición, hacen mi sombra un tanto más brillante que mi mente sombría, fría y oscura... ¡Pero si parece que la naturaleza me imita!

En ésta mímesis perversa, la luz del ómnibus puede llegar a ser una esperanza. Confortablemente sentado en un asiento que se reclina sin que uno quiera, reflexiono un poco y me pregunto cómo harán algunas heridas para cicatrizar tan rápido, y cómo hacen otras para hacerlo tan lento. Si al fin y al cabo —solo podemos pensar en nuestra inmanencia—, lo de fuera y lo de dentro son la misma cosa. Hacia donde caiga la piedra saltaremos en ésta rayuela.

¿En qué me habré convertido? ¿Qué habrá pasado conmigo? Me gustaría encontrarme para poder responder esa pregunta. ¿Qué carajo será de mi vida? ¿En qué andaré? Cuando ya no se está seguro acerca de quién es uno mismo, la vida se va entre carros alegóricos y pasa a formar parte del desfile que vemos desde las gradas, y no nos damos cuenta de que ese rumbo sin destino, por definición, no conduce a nada. Yo estoy igual, un carro sin quien lo maneje, con el acelerador trancado y el freno roto.

Qué otoño complicado el que se me viene. Ya se están cayendo las primeras hojas, y no hay un colchón o algo para juntarlas y que no me estorben en el camino. Quizá pueda barrerlas. Quizá las deje. Solo quizá, tal vez... Es mentira que el camino largo y sinuoso siempre es el mejor, si está lleno de hojas es aún peor que el corto, sino preguntémosle a Caperucita, a ver si podía imaginar lo que le deparaba el camino corto y si lo cambiaría. Si Caperucita cambiaba de rumbo, no teníamos cuento; si yo no voy por las hojas, no existo; no siento, o me cuesta sentir; no existo, pues lo real ya no es parte ni siquiera de mi imaginación. 

miércoles, 3 de abril de 2013

Callado (o silenciado), me voy 2 cuadras hacia ningún lado para buscar un poco de eso que tan bien me hace sentir. Ese placer inmaterial, etéreo y masoquista, que sala las heridas por un rato y te hace sentir mejor persona. ¿Por qué lo necesito? ¿Qué me lleva a esta situación? Me siento sumergido en un enjambre maldito de pensamientos que me arañan los brazos, la ropa, los dedos... mientras yo araño la guitarra, intentando sacar algún tema de mierda que me sirva de escalera para salir de éste pozo enfermizo y paranoide. No quiero poner los pies en el suelo, quiero volar, quiero darte un beso, quiero tocar, quiero bajar. En esta rosca de intentos fallidos de bienestar emocional, lo que necesito son unas buenas lágrimas de sangre y dejar correr este río un poco más, descansar de mí mismo y quererte, callado (o silenciado).