jueves, 16 de mayo de 2013

Gracias. Por hacerme sentir que existo, gracias. Tu puñal entra en mi pecho sin matarme, y el dolor me recuerda que estoy en algún lugar. Tu mirada —sacra espada de ámbar— destroza el anillo de lata que, ceñido en mi dedo, me aprisiona. Pero también me corta el dedo.

Si pudieras darte cuenta, tu espada sería una pluma con la que nos haríamos cosquillas, pero no. No te das cuenta y tu aliento helado congela mis palabras, que se caen al suelo y se hacen añicos... como tu reflejo en el río al tocar el agua. Qué sensación rara produce ver cómo lo que te digo nunca llega, se enfría y se parte contra el piso en mil pedazos.

Qué ganas locas tengo de cantarte entre sueños, verte dormir sobre una parte de mi corazón, abrazar tu cuerpo, en mi cama y tapados hasta el cuello...

1 comentario:

  1. uff, a veces una mirada puede lastimar tanto, una palabra muy insignificante, marcar de por vida, y así de esa misma manera, un corazón se sana mediante el sueño, que al fin y al cabo es donde se desenvuelve el inconsciente =)

    Me gustó :)

    ResponderEliminar