martes, 7 de mayo de 2013

Instante

Era un viaje de ida, pero era un viaje más. Allí estaba aquella puerta, aguardándola tranquila, impasible, cerrada. Algo la trancaba, como una fuerza extraña que ataba o adhería sus pies descalzos al frío suelo que parecía brillar con cada paso, con cada movimiento.

Su cara de nada opacaba el esplendor de su pelo rojizo y de sus ojos grises, que por esa expresión parecían tristes y apagados, por más que las luces los hacían brillar como diamantes turbios. Las comisuras de sus labios estaban levemente contraídas, brindándole a esa boca fina y hermosa una expresión de amargura que oscurecía el resto de su rostro. Sus hombros, caídos y resignados, mostraban el peso de un bolso vacío de esperanzas y alegrías, y lleno de penas y miedos, que se veían decantando en ella desde hacía años.

Maldita puerta, maldito pasillo. Brillaba el pestillo como invitándola a pasar, como la habitación 101; infundía bastante miedo, pero aún más curiosidad.

Intentó recordar sus pasos, como en una retrospectiva hacia lo inmediato. ¿Cuál habrá sido el movimiento que la acercó tanto a esa puerta? No podía pensarlo, y no podía mirar hacia atrás; su cuerpo parecía no responder, su mente parecía trabada en una quietud perturbadora, su corazón se movía con pesadumbre, como teniendo ganas de latir una vez más.

Pasaban miles de palabras e imágenes por su cabeza: Su madre, su hermana, su perro... y luego la pérdida de todo en una milésima de segundo.

Arriba de la puerta había un reloj que parecía no avanzar, recordándole que podía alargar ese momento cuanto quisiera, pero que la entrada (o salida) era cuestión de una vuelta o un pequeño paso del segundero. Podía imaginarse de espaldas, mirando la nada que se le presentaba, con el reloj asomándose por detrás/delante de su cabeza. Podía imaginarse fuera de su cuerpo y corriendo hacia sí misma para matarse, o para abrazarse, o para empujarse... aunque la realidad era otra; todo su futuro estaba en sí misma, como un cuerpo indivisible y autodeterminado. No podía saber si estaba lista, las voces atemporales golpeaban las paredes de su cabeza, intentando influir sobre ella.

No se puede decir "entonces" cuando el tiempo no corre. Solo ocurren cosas simultáneas, en cierto modo indivisibles. Pareció empezar a moverse el reloj. Tic.

Su corazón se decidió y latió. Tac.

Su mano se posó sobre el pestillo.

Una mano de presencia extraña se posó sobre su espalda.

3 comentarios:

  1. Ese momento en que una decisión puede cambiar nuestras vidas, y el reloj se burla de nuestra desesperación...
    Mágico.

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  2. Sin duda es un texto precioso...!
    Me llegó mucho...

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