lunes, 20 de mayo de 2013

Cuarto oscuro. El único movimiento es el del brazo, del codo, del vaso, del hielo. El único tramo de luz proviene de la luna e ilumina solo una pequeña parte de la mesa, donde se encuentra el cenicero. El humo, medio blanco o azulado, baila bajo el rayo luminoso del mismo color y se va en esa dirección: derechito hacia arriba. Esa luz lo desnuda, muestra cada curva, cada vuelta que da, cada partícula.

El silencio es tal, que se puede escuchar el crujido que hace el cigarro al pitarlo. Sonido abrasador, débil pero penetrante. ¡Música! Al levantar el vaso, los hielos chocan amistosamente con el vidrio. ¡Música! Puedo tomar este líquido, puedo sentirlo mientras me quema la garganta. Donde antes estaba el vaso, ahora hay solo un círculo de agua. Pongo el vaso en su lugar y sigo fumando, tranquilo.

No pienso en mover la cabeza hacia ningún lado, me quedo acá. Imposible. Mi cerebro se va solito, solito hasta donde estás vos, y no lo puedo traer de vuelta. No me ves, soy un punto. No me oís, soy silencio. ¡Mirá! ¿Dónde estoy? En ningún lado. Dejá de ser colores, quiero que seas blanco y negro, escala de grises.

No quiero ver que estés ganado más de lo necesario, sin saber que yo estoy acá esperando por vos... muriéndome, explotándome, defendiéndome de la nada que me apresa y me tiene totalmente aislado. No puedo creer cómo imaginás que yo puedo estar de esta manera tan lejos de vos, sin nada que me ate, sin nada que me detenga a tu lado, sin nada que tu corazón pueda prestar a mi humilde espíritu, bastardeado de flores y lamentos, unificados por la verdad que nos tiene involucrados en una rosca que no tiene nada que ver con nosotros dos. Vos no sabés que estás involucrada. ¿No sabés? Sabés, te hacés la loca. Pensás que todo está bien pero sabés que las cosas son de otra manera y que estás dejando un vacío en un lugar donde nadie supo estar tanto tiempo, como una jaula de monos perversos, gorilas estúpidos y rabiosos esperando para atacar una presa tan indefensa como una palmera que no tiene coquitos. Esperen tranquilos, porque las rejas no los dejan salir.

Dejo las cenizas en el cenicero, tumba de mis penas quemadas, cama de los recuerdos aplacados por la paz momentánea del humo entre las venas. Vuelve mi cerebro, al menos por un rato, y aprovecho para ir a dormir.

1 comentario:

  1. El silencio nunca es silencio, siempre se puede escuchar a la mente funcionando, si se quiere.
    La imagen de las presas me resultó muy real, un poco atemorizante.
    Buenísimo este texto.

    A ver si durmiendo esa oscuridad se vuelve luz :)

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