martes, 21 de mayo de 2013

A veces me pongo a pensar qué es lo que puedo sacar de mi cabeza. Pienso y no logro nada, me cierro. Intento abrirme, y se escurren las palabras por mis manos, por mis palmas, por mis dedos. Es como una vocecita que me va diciendo cosas, y yo las escribo sin cuestionar. Se me nubla la vista y empieza a brotar todo, todo, todo, todo, todo, todo. Entonces no me doy cuenta de nada y dejo que todo fluya como debe, me sumerjo en el mar de lo que no conozco de mí. ¡Conocerse a sí mismo! Qué bizarro, imposible, loco.

Voy corriendo, dando vueltas sobre mí mismo. Paro. Sigo. Me enredo en tu pelo, me tropiezo y me doy contra tus pies. Intento levantarme, y me doy cuenta de que puedo. Me levanto como mi perro cuando se despierta de una siesta, con pesadumbre y lentitud, pero me levanto. A veces siento que nada puede pararme, pero me para todo. Vivo en un freno constante, todo el tiempo frenando y nunca llego a quedarme quieto. Soy una asíntota, siempre acercándome, acercándome, acercándome, sin llegar nunca a ningún lado.

En esta frenada acelero mi cabeza, todo el tiempo. Veo cómo se escinde mi mente, y mi cuerpo pasa a ser no más que un trapo de piso. Algunos le llaman sueños, yo... yo prefiero llamarles realidad, porque en ellos vivo y muero, en ellos estás y te vas, me querés y me odiás.

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