sábado, 12 de abril de 2014

Las nubes en el cielo cubrían la ciudad como un acolchado gris con agujeros por los que se podía entrever la sábana celeste detrás. Recién empezado el otoño, las hojas caían lentamente hacia el suelo mientras el viento las hacía mudarse una vez que llegaban.

Jugando con esas hojas y sentada sobre el entramado de las baldosas en la vereda, estabas vos, Cecilia. No podías dejar de pensar, las imágenes y las sensaciones recorrían tu piel, erizándote aún más que el frío del aire que te besaba suavemente. La turbiedad de tus pensamientos era impenetrable, no entendías lo que sentías, solo sabías que tus manos estaban sudorosas y que el corazón te latía más rápido que de costumbre.

¿Cuánto tardarán tus abrazos en llegar a mi? ¡Tu mejilla y la mía, Cecilia, juntas en la madrugada! Canta en mis brazos como si fueras un gato, te lo pido. Que el roce de tu pelo con mi cuello sea suficiente desencadenante para ser tuyo de una vez por todas.

¡Ven, Cecilia, muéstrame tu camino! Ese, el que lleva a tu destino, a tu risa y a tus mañanas. Siento que te siento sentirme, pero no quiero sentir que te siento, sino que solo quiero sentirte a secas, para que me sientas vos también y nos sintamos juntos, para no sentir más sentimientos que nos hacen sentir que no sentimos, y permitirnos a nosotros mismos sentirnos con intensidad.- 

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