lunes, 11 de mayo de 2015

Quemarse a lo bonzo en un teatro italiano es quizá como ver el espectáculo desde las gradas más altas, empezando las llamas tras bambalinas y salir a escena, posteriormente, como un dios griego. Las tablas del suelo que se queman revelan los precarios camerinos donde se encontraba la vida, que se extinguió entre lamidas furiosas de plasma. Mientras el escenario se convertía en carbón y ceniza, las chispas alcanzaban los asientos aterciopelados de la primera fila, y los espejos dispuestos sobre los costados del teatro parecían aumentar el hermoso resplandor dorado de los restos incandescentes, mientras los haces de luz parecían líneas rectas trazadas en el espacio que el humo brindaba.

Las ratas huían por los túneles que existen por debajo del teatro y todo fue paz y alegría. El teatro estaba lleno: sólo había un espectador, y estaba sobre el escenario. Una verdadera veneración al Dios supremo, regalando cuerpo, mente y espíritu. Tierra, agua, aire y fuego.

La gran diferencia entre quemarse y ver cómo se quema otro sólo consiste en el uso del monóculo, de nariz repingada, burgués y lo patético de no participar.

En la bida ai ke qemarce, seniorxs.

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