martes, 23 de junio de 2015

Fuego fatuo

Te llamo, por una vez,
en tono solemne.
Como si el ígneo ardor
de tus mejillas casi rojas
fuesen el fuego fatuo
donde se queman mis esperanzas.

¡Luz mala! Aquella,
la que temen los campesinos,
los niños y los citadinos.
Los muertos vivos
y su querella indolente
que marca el viejo trino.

Fosfóricas apariciones
en tu frente, en tu cara,
en tu boca, en tus ojos.
En los míos, en los de él,
trágico final para esto,
una comedia sin fin.

Me enamoro del resplandor,
la oscuridad sumida
tras esa belleza inconmensurable.
¿Qué mata las pasiones
más que la vida grisácea?
Pregunto y nadie responde.

La respuesta está en tus manos.
Manos de terciopelo azul,
rojo, verde, dorado,
tornasolado.
Suavidad que deseo y no tengo;
aspereza que tengo y no deseo.

Vuelvo sobre mis pasos,
quiero recordarlo todo:
desde que mi sangre hirvió,
por primera vez, al verte
impasible y rabiosa por dentro
en llamas y dichosa por fuera.

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